Tengo que confesar, que sí, que soy uno de esos especímenes que abundan en nuestro hábitat, de los que se conectan a diario con las redes sociales, y en varios momentos a lo largo del día. No me siento orgulloso, no… sobre todo porque hay veces en las más que conectarme, me desconecto, de mí, de mi entorno, y de mi realidad. Pero hay pequeñas perlas que de vez en cuando aparecen entre tamaña información, como hace unos días que cotilleaba las actualizaciones de los mensajes de mis “amigos”, y alguien había colgado un fotomontaje con la imagen de un mar embravecido en la que aparecía tipografiado un texto que decía “ningún mar en calma hizo experto a un marinero”
Fue valioso para mí, no por su calidad artística (que tampoco se pasaba), sino por lo que suscitó en mí, al conectarme con mi propia experiencia…
Veamos cómo lo explico:
Dentro de poco van a cumplirse 4 años desde que tomé la decisión de dar un giro de 180º a mi carrera profesional, y la verdad, he dedicado poco tiempo a echar la vista atrás para observar, analizar y reflexionar sobre el camino transitado desde entonces…
Y ese camino, lejos de ser sencillo, ha estado (y sigue estando) plagado de piedras, de tamaños y formas inimaginables, que dificultan sobremanera el poder disfrutar de un plácido, cómodo y relajado viaje.
Podría resultar un tanto paradójico, ya que ¿no se supone que tomé la decisión de dejar mi anterior trabajo para “perseguir mi sueño”? ¿No es esto lo que me apasiona, lo que me llena y lo que hace sentirme realizado profesional y personalmente? Entonces, si esto es así, ¿no debería disfrutar de un camino más cómodo y sencillo para mí?
Pues fíjate, cada vez tengo más claro que son esas piedras, las que dan sentido a este, mi viaje, y también dan sentido al camino, aunque las muy jodidas resulten incómodas muchas veces, y otras tantas duelan… pero de verdad. Y digo que dan sentido (no me he equivocado), porque me ayudan a estar atento, a no descuidar el rumbo, a observar minuciosamente todo lo que va sucendiendo en el trayecto. Porque me hacen tropezar y hasta caer de vez en cuando, y gracias a ello, me ayudan a descubrir la manera de levantarme. Porque me obligan a desplegar un gran esfuerzo pero como recompensa, poco a poco, me va saliendo bola (como dirían mis hijos), y se va notando como los músculos emocionales van tonificándose progresivamente. Y eso… es dolorosamente maravilloso! Pero sobre todo, porque para ser un buen guía del camino, tengo que saber entender, reconocer y aceptar esas piedras.
Todo eso, aunque puede parecer que resta, yo creo que es al contrario, que suma, completa y enriquece el camino.
Como dijo Thoreau, no se trata de lo que alcanzas cuando consigues tu meta, sino en quien te conviertes durante el camino…
Me encanta esa escena final de Gravity (si no la has visto, no leas lo que pongo a continuación, salvo que no te importe conocer el final), en la que Sandra Bullock, en un agónico esfuerzo llega a nado hasta la orilla de una playa, arrastrando su cuerpo, su cara, y con el último hilo de energía que le queda, agarra con la mano un puñado de arena, como queriendo aferrarse a esta vida que se le abre ante sí…, se levanta, y se hace grande, casi gigante, gracias a ese magistral enfoque, y va dando pequeños pasos titubeantes. Es una escena que te sacude de tu butaca y te interpela como diciéndote “puedes quedarte ahí quieto, parado, tumbado en el suelo y abandonarte, o levantarte, mirar con la cabeza bien alta, y seguir caminando”… toda una metáfora visual sobre la grandeza de la vida, y sobre esas piedras que dan sentido al camino.
Benditas piedras…