«La vida es eso que sucede… mientras estás ocupado haciendo planes.»
John Lennon
No hay como hacer un parón de vez en cuando, y acometer una especie de revisión de las parcelas más importantes de tu vida. El otro día, y aprovechando una escapada que hice con mi mujer, estuvimos hablando de todos los momentos que habíamos vivido juntos y que configuran nuestra Historia.
Los momentos “Barbacoa desechable de gambitas en la playa”, “cena de foie con polvo de caramelo de violetas en nuestra recién estrenada casita”, o “mini siesta al calor del sol tumbados en el suelo de la Plaza Mayor de Salamanca rodeados de gente”… empezaron a sucederse poco a poco, provocando una pícara sonrisa en nuestros rostros, reflejo del viaje mental y experiencial en el que nos encontrábamos inmersos.
Recuerdo con especial ilusión uno de ellos: “Momento mariposas en las choperas”. Fue un día de principios de agosto, aprovechando nuestra estancia en un precioso cortijo en la Vega de Granada, al que acudimos todos los años ya que es el momento del año en el que nos reunimos con la “familia granadina”. El cortijo está enclavado en medio de dos maravillas que nos depara esa privilegiada tierra: campos de olivos y choperas. No sé por qué, pero desde pequeñito me han llamado la atención esas zonas repletas de árboles, que emergían como una mancha frondosa en medio de campos de diferentes tamaños y colores, cuando miraba por la ventana del coche de mi padre. Provocaba en mí un deseo de querer meterme enmedio de toda esa espesura para, simplemente, estar ahí…
No sé si fue movido por esos recuerdos inconscientes, o no, pero un día, cuando todo el mundo dormía la siesta, a esas horas intempestivas en las que no hay nadie fuera de sus casas ya que el sol derrite a todo quien ose salir, yo, chulo como un ocho, decidí bajar a la chopera que tenía justo enfrente del cortijo, y, tras atravesar un pequeño camino de tierra, me coloqué justo en el centro de la arboleda. El espectáculo que admiré me dejó totalmente alucinado. El viento soplaba ligeramente, y movía, cual mano que mece con ternura la cuna, los troncos de los chopos… y a la vez, agitaba suavemente las hojas de sus ramas, a ráfagas, creando un movimiento parecido a las olas que rompen en la orilla de la playa. El sol estaba justo encima, y únicamente pequeños rayos discontinuos llegaban al suelo, tapados por la inmensidad de las ramas y las hojas que prácticamente tapaban la vista del cielo. Y en ese juego de luces y sombras, cuando mirabas hacia arriba, las hojas parecían mariposas en continuo movimiento, danzando al son de la música del viento…
Decidí en ese mismo instante, que algo así, merecía ser compartido. Así es que entré en el cortijo, rescaté a mi mujer de las seductoras garras de Morfeo, cogí un par de sillas de esas típicas de plástico de color blanco, el ipod (con una selección de música especialmente preparada y diseñada para momentos como el que he relatado), y presto y dispuesto, le pedí que me acompañara… Ella me miraba con ojos que decían “a este marido mío se le va la pinza”, y la llevé justo al lugar en el que acababa de vivir aquella experiencia. Le pedí que cerrara los ojos, se pusiera los auriculares, y cuando empezara a sonar la música, abriera los ojos, mirara hacia arriba, y contemplara lo que se presentaba ante ella… Flipó ella, flipé yo, y flipamos juntos… Lo recordamos siempre, como uno de esos momentos, “nuestros momentos”.
¿Que por qué cuento todo esto? Pues muy sencillo. La razón que subyace a compartirlo aquí es porque creo que subestimamos y desaprovechamos el poder de lo cercano, de lo sencillo, de lo accesible, de lo que no hace ruido… Muchas veces me descubro a mí mismo en ensoñaciones relacionadas con experiencias lejanas que llevan aparejada la creencia (muchas veces errónea) de que eso me va a proporcionar gozosos momentos, y me distrae de lo que tengo aquí, ahora, y listo para ser “consumido”, para ser vivido, sin necesidad de nada más que mi propia presencia… Parece fácil, no?
Es como que como que lo que tienes a mano, no fuera valioso y por tanto indigno para ser apreciado… Ensalzamos el valor de lo que no tenemos, de lo que ansiamos, y sin darnos cuenta nos metemos en un bucle sin fin de insatisfacción permanente. Quiero o necesito esto, o lo otro, y cuando lo tengo, nuevas necesidades se activan en mi interior que evitan que este mecanismo se relaje y acabe por extinguirse. Es más el subidón que me produce la identificación del deseo, que lo que me aporta el conseguirlo. Y como lo que me “pone” es desearlo, nuevas seductoras opciones se van sucediendo sin solución de continuidad ante mis propias narices, como si fuera la típica atracción de feria en la que hay una cinta movible con objetos que deben ser derribados con una pelota, y tras derribar uno, la atención se focaliza inmediatamente en el siguiente que hay que de derribar…
Ahora que están tan de moda esos Packs de regalo que prometen experiencias en las que alcanzarás el summum de la felicidad… donde únicamente tienes que introducir en una especie de buscador en su página web cuánto quieres gastar, la temática, y la provincia en la que quieres disfrutar de tu experiencia… parece como que hemos delegado en otros que no tienen ni idea de quiénes somos, nuestra capacidad de crear, diseñar y buscar momentos que se conviertan en piezas insustituibles del puzzle que compone nuestras vidas. Qué fuerte! no??
Todo parece estar enlatado: las risas de los programas, las experiencias que tenemos que vivir, la conexión con los demás… ansiamos captar con nuestros dispositivos electrónicos, la esencia de lo que estamos viviendo, y mientras estamos ocupados en eso, no nos damos cuenta de que esa misma esencia que creemos haber recogido, se esfuma… y no vuelve… y no caemos en que hemos perdido una única oportunidad de ser, estar y vivir.
Nos estamos perdiendo la vida, porque lo que ha pasado, ha pasado, y ya no vuelve…
Carpe Diem!
@borjaruizg +BorjaRuizGallego