«Al sur de la isla griega de Samos, se encuentra el mar Icario. Cuenta la leyenda que es ahí donde murió Ícaro, víctima de su orgullo desmedido. Su padre, Dédalo, era un hábil artesano. Condenado a prisión por sabotear la obra del rey Minos, captor del Minotauro, Dédalo concibió un plan brillante para escapar. Elaboró unas alas para él y otras para su hijo. Tras asegurar las plumas con cera, emprendieron la huida. Dédalo advirtió a Ícaro de que no volase demasiado cerca del sol pero, extasiado por su maravilloso don para volar, Ícaro desobedeció y voló demasiado alto. La cera se derritió e Ícaro, el amado hijo, perdió las alas, cayó al mar y murió.»
Así empieza el último libro de Seth Godin, “El engaño de Ícaro” que acabo de terminar, y que recomiendo encarecidamente. Una de las lecciones que se extrae de la leyenda de Ícaro y la que hace referencia el autor es que , “no desobedezcas, no creas que eres mejor de lo que eres…” pero también, continúa Godin, “ hay un dato fundamental que se ha obviado en la leyenda, y ese es que Dédalo le dijo también a su hijo que no volara demasiado cerca del mar, porque el agua podría echar a perder la fuerza propulsora de sus alas”
Godin me ha hecho pensar mucho con este texto, no sólo por lo recién escrito, sino sobre todo, porque afirma que la sociedad ha alterado el mito, animándonos a olvidar la parte sobre el mar, y ha creado una cultura en la que todos nos recordamos constantemente los peligros de alzarse, destacar y romper el orden. Es mucho más peligroso, según su opinión, volar demasiado bajo que demasiado alto, porque creemos que es más seguro, pero, olvidamos que al volar demasiado bajo, somos injustos no sólo con nosotros, sino con aquellos que dependen de nosotros o que podrían beneficiarse con nuestro trabajo. Estamos tan obsesionados con el riesgo que conlleva brillar con fuerza que hemos sacrificado a cambio mucho de lo que nos importa para evitarlo.
Uff, creo que tiene razón…
Siempre he creído (aunque de manera inconsciente) que la obediencia desmesurada, era una forma de reconocimiento, de visibilidad, de encontrar la conexión social, o dicho con otras palabras, una manera de agradar a los demás… para que me quisieran. Yo siempre he sido el niño bueno, el obediente, el de las buenas notas, el que quedaba bien con todo el mundo, el de… “uy que ojos tan bonitos…”, y esa estrategia me ayudaba a conectar con esa ansiada necesidad de reconocimiento… Pero lo que no me enseñaron, y yo no fui capaz de apreciar, fue un pequeño detalle (obvio, pero no por ello fácil de descubrir) que lo cambia todo: construir mi carácter atendiendo únicamente las necesidades de los demás, me llevaba a una desatención evidente hacia las mías.
Y eso, es una putada, la verdad sea dicha… Porque no me había dado cuenta de que la voz y la opinión social estaban generando un ruido brutal que me impedía escuchar mi propia voz. La de cosas molonas que estaban encerradas dentro de ella!
Menos mal, que el cuerpo es sabio, y de cuando en cuando te da pequeñas collejas, en forma de “tío que no te enteras, te voy a dar un poquito por saco para que espabiles!”, y empiezas con dolores musculares, incomodidades, malestar emocional… , que ayudan a estar a uno consigo mismo, y con su mecanismo.
Dicho esto, y con toda la rotundidad que soy capaz de expresar, también creo que es una desgracia social, que las personas no aprendamos a escucharnos, a conectar con nuestra voz, con nuestro arte… Sí, sí, has leído bien: A-R-T-E- ya que no hace falta tener un bigotillo al estilo Dalí, o dejarse la barbita esa que inunda los anuncios de la tele y las calles de mi ciudad, para ser un artista. ¿Nunca has llevado a cabo una acción generosa e inesperada?¿Nunca has resuelto un tema utilizando tu propio criterio, y dejándote llevar por esa sensación interna que te guía de manera misteriosa? Pues sí señores, eso también es arte, y por tanto, lo queramos o no, todos somos artistas, aunque sólo sea en potencia.
Y por último y a modo de remate de esta pequeña muestra de mi particular credo personal, también creo firmemente que conectar con nuestro arte y ofrecerlo a los demás no es una opción, es un DEBER MORAL con nuestra sociedad.
El mundo nos necesita. Atrévete y… brilla!