«… El problema de la educación es fácil: se trata de vivir, porque nuestros hijos después abren los ojos, miran y aprenden.»
A Cata y a Guillermo, por su generosidad al compartir su interés con nosotros.
Hoy he leído un texto en el que aparecían un par de citas sobre la educación que me han hecho reflexionar:
«Nuestro mundo ha alcanzado un estado crítico. Los chicos ya no escuchan a sus padres. El fin del mundo no puede estar lejos…»
«Esta juventud está marchita en lo profundo de su corazón. Los jóvenes son malvados y perezosos, ya no son como los de antaño. Los jóvenes de hoy no serán capaces de mantener nuestra cultura»
El primer pensamiento que me ha venido a la cabeza, ha sido «caray, menudo tío más cenizo, éste que lo ha escrito…», y ello me ha hecho interesarme por el susodicho personaje. Así es que he continuado leyendo, y me he enterado de que las citas no pertenecían al mismo autor. La primera de ellas es de un sacerdote del antiguo Egipto en el año 2000 AC, y la segunda se encontró en un trozo de una vasija en las excavaciones de Babilonia, y que datan del año 3000 AC. Guau!
Me ha invadido una sensación de tranquilidad por un lado y de desasosiego por otro, que me ha dejado un tanto confundido. Tranquilidad por sentirme «parte» de un movimiento tan grande y atemporal como es el «club de los que andamos preocupados por la educación en general y de nuestros hijos en particular». Desasosiego por confirmar (aunque he de reconocer que ya lo sabía) que en esto de la educación, las píldoras mágicas, las recetas milagrosas y las técnicas basadas en las más aclamadas teorías o estudios sobre el particular, NO SIRVEN.
Porque, seamos sinceros: si echamos la vista atrás y observamos los enormes avances que hemos logrado como civilización, ¿no tendríamos que haber sido capaces de haber encontrado el ansiado maná, y haber dado con las claves que resolvieran la cuestión educativa?
Piénsalo por un instante, por favor…
Precisamente, por esta sensibilización hacia los temas que tienen que ver con la educación, hace unos meses, unos amigos nos recomendaron (a mi mujer y a mi) un libro que les había roto los esquemas en esto de la educación, y nos propusieron que lo leyéramos a la vez, para poder comentar la jugada, y poder reflexionar colectivamente como medio para enriquecer nuestras percepciones, compartir inquietudes y sentirnos acompañados en esta maravillosa aventura de ser padres. Desde el mes de septiembre que empezamos, con una periodicidad semanal o quincenal (a veces más), hemos leído un trozo del libro y hemos quedado en lugares variopintos (desde el típico parque en un jardín, pasando por un centro comercial, y hasta en un McDonalds!), para poder charlar sobre cómo nos interpelaba lo escrito en el texto.
Pues bien, a nosotros, el libro en cuestión, también nos ha roto los esquemas… ¿Que por qué? Pues porque el autor comienza el libro con una directa y contundente afirmación que viene a decir que nuestros hijos, desde que existen, miran, y nos miran siempre, aunque creamos que no lo están haciendo: nos miran cuando gatean, cuando juegan, cuando los hemos dejado en el colegio, incluso hasta cuando parece que duermen, nos siguen mirando… Y por tanto, la emergencia educativa no son ellos, NO!!! SOMOS LOS ADULTOS, SOMOS NOSOTROS!!
Y somos nosotros, porque los niños miran hacia donde estamos mirando. Así es que el quid de la cuestión es… ¿qué ven cuando lo hacen, cuando abren los ojos y nos miran? Toma ya!!!!
Tanto preocuparnos por ellos, pero lo esencial, más que educar a nuestros hijos, es educarnos a nosotros mismos. Porque, si los padres, adultos o educadores somos la clave en la educación de nuestros hijos, ¿quién educa al educador? Nos hemos centrado tanto en hacer cosas, decir cosas a nuestros hijos, que nos hemos olvidado, sin más de ser… Porque no nos confundamos, somos SERES HUMANOS, no «haceres» humanos, y eso es lo más importante para nuestros hijos.
Por ello, el autor nos interpela a que seamos testigos para nuestros hijos. Para él, «un padre o una madre es el que atestigua la bondad de la vida, de la realidad, de las cosas, del destino… toda su responsabilidad, en el fondo, se reduce a eso, a ser testigos de la belleza y la grandeza de la vida». A colación de esto, me encantó la reflexión de una persona muy especial que tuve la suerte de conocer el otro día en una cena gracias a la iniciativa y generosidad de unos amigos. Ferrán, que así se llama, nos dijo que no es lo mismo ser ejemplo, que ser testigo para tus hijos. Ser ejemplo, implica que lo que estás mostrando a tus hijos depende de ti, empieza y termina en ti, destila un cierto aroma egocéntrico; mientras que ser testigo implica que lo que muestras a tus hijos te traspasa o trasciende a tu propia persona, ya que tú sólo eres una especie de canal de conexión, tú no eres lo importante, lo esencial es aquello a lo que apelas con tu testimonio.
Escribiendo sobre esto, he recordado uno de los momentos de una de mis favoritas charlas TED de un genial compositor llamado Benjamin Zander, titulada Música y Pasión, en la que decía, casi al final de la misma, que nuestra capacidad de influencia se puede medir por el número de «ojos brillantes» que somos capaces de provocar a los demás con nuestra manera de ser, estar y relacionarnos. Y lanzaba esta conmovedora pregunta: «¿Quién estoy siendo, que los ojos de los que están a mi alrededor no están brillando?» Como padre, amigo, compañero y persona, muchas veces me he cuestionado esto… pero a partir de ahora, voy a enriquecer la mochila de preguntas que me interpelan con esta otra, que completa a la anterior: «¿a dónde estoy mirando?».
Lo sé… no he dicho nada del título de libro ni del autor. Ha sido a propósito para crear suspense, jeje. El título del libro «El arte de Educar de Padres a Hijos». El autor, Franco Nembrini.
Termino con un vídeo sobre la pureza de la mirada de un niño… sencillamente genial.
@borjaruizg