“Acérquense al borde».«No podemos. Tenemos miedo».«Acérquense al borde».«No podemos. Nos caeremos!»«Acérquense al borde».Y se acercaron.Y él los empujó.Y volaron.
Lunes, 7 de julio. Después de un fin de semana caluroso, hoy comienzo de semana, que se prevé más tranquilita. Pero esto de las previsiones es lo que tiene, que son previsiones, y que por mucho que te planifiques es imposible que todo salga al pie de la letra. Siempre suceden cosas por el camino que hacen que desvíes un poco el rumbo que tenías marcado…
Hablando precisamente de esto, hace unos días, estuve trabajando con un grupo de profesores haciendo un taller de cohesión grupal, y uno de los aspectos en los que estuvimos centrándonos, fue precisamente el descubrir la importancia de marcarse metas como estrategia para poder identifiar los rumbos más adecuados, por los que realizar la travesía.
Pero nadie dijo que el camino tuviera que ser fijo, rígido e inalterable. Nada que ver… A mí me gusta visualizar el momento ese en el que te imaginas que vas navegando en alta mar para llegar a puerto, tienes perfectamente identificado el viento que está soplando, ya que es el que condiciona el rumbo que debes seguir, y de repente… zas! cambia el viento sin previo aviso. ¿Cuántas veces en mitad de una plácida travesía rola el viento en nuestras vidas y nos obliga adpatarnos, modificar el rumbo previsto para no perder de vista nuestro puerto? Y eso, con frecuecia y dicho en plata, es una putada en toda regla, sobre todo, si queríamos llegar sí o sí, de la forma, manera y con las condiciones que teníamos inicialmente previstas y “diseñadas” por nosotros.
Jugamos a ser dioses… Queremos controlar absolutamente todas las circunstancias que pueden suceder en el tiempo, y no nos hemos dado cuenta de que es una falacia en toda regla… Nos creemos que podemos prever con antelación todo, y cuando rola el viento y nos saca de nuestra ilusión del control, comienza la marejada emocional: nervios, agobios, estrés… Porque no estamos acostumbrados a soltar el control, vamos con las mandíbulas tensionadas, los puños cerrados, y los esfínteres apretados; no estamos acostumbrados a darnos “permisos”:
– Permiso a equivocarnos, a no acertar a la primera, a cometer errores… porque vivimos en una cultura dominada por la victimización del error, en lugar de potenciar la cara positiva del mismo: el aprendizaje extraído de la experiencia.
– Permiso a no saber, a desconocer qué y cómo gestionar un determinado asunto, y sobre todo a aceptarlo públicamente… porque no sé quién narices ha impuesto la “obligación” de tener que ser enciclopedias andantes, cuando hoy en día toda la información que necesitas está a sólo un click de distancia.
– Permiso a sentirnos vulnerables, y si encima eres hombre, ya ni te cuento… porque la vulnerabilidad se identifica con debilidad, es limitante, y por si esto fuera poco, está muy mal vista en la sociedad en la que nos encontramos, que apadrina la fortaleza como eje central del éxito personal y profesional. ¿En qué cabeza cabe que un Director General de una organización se muestre vulnerable ante su equipo y el resto del personal?
– Permiso para aceptar, en definitiva y de una vez por todas, que no podemos llegar a todo…
Ahora bien, esto no hace saltar por los aires la teoría de la importancia de identificar y marcarse objetivos en todos los ámbitos de nuestra vida, ya que aunque los vientos nos obliguen a plegar y desplegar continuamente nuestras velas, cambiando nuestro rumbo, es fundamental no perder de vista nuestro puerto, ya que será el que nos sirva de brújula cuando estemos totalmente desorientados, y evitará que entremos en modo “estar perdido” o “no tener ni la más remota idea de hacia dónde tirar”.
Me encanta esta reflexión que, por experiencia, considero totalmente acertada: “Si tienes un qué y un para qué realmente potente, no te preocupes tanto por los cómos, que vendrán o apareceran por sí solos…” Pero claro, eso supone soltar el control, y a muchos, entre los que me incluyo, nos cuesta sangre, sudor y lágrimas.
Una estrategia que a mí me funciona con esto de darme permiso, y soltar el control, es hacerlo de manera limitada y contenida, a modo de experimento. Sería algo así como elegir un asunto muy concreto y con respecto a ello, hazte una simple pregunta, (bueno de simple no tiene nada, jeje), que es ¿qué pasaría si lo hiciera…? , y atrévete a hacerlo, superando el temor por pisar tierras desconocidas, y verificar qué es lo que sucede… Igual suena la flauta o igual no, pero por lo menos lo has intentado.
Esto no es ninguna fórmula aritmética en la que identificación de objetivos + travesía adecuada = ÉXITO. Has de saber que nada ni nadie te va a garantizar el éxito en la expedición. Ese es el riesgo que hay que asumir. Nadie dijo que esto fuera coser y cantar.No es porque las cosas son difíciles que no nos atrevamos, qué va! Yo creo que es porque no nos atrevemos por lo que son difíciles.
Merece la pena, de verdad… Porque es ahí, en ese lugar al que accedemos cuando decidimos pisar rutas salvajes, donde nos damos cuenta de que es posible romper nuestros límites mentales, (que no reales) y donde la magia del aprendizaje toma cuerpo y se materializa. Como escuché en una ocasión en una charla a la que asistí de uno de los supervivientes del accidente del equipo de Ruby uruguayo en la cordillera de los Andes, que inspiró la película Viven: lo conseguimos porque no sabíamos que era imposible… Es en el interior de nuestras cabezas donde se configuran nuestros paradigmas mentales y se alzan los principales impedimentos para iniciar nuestra propia aventura.
Piénsalo por unos instantes ¿qué harías si supieras que no te vas a equivocar? ¿qué harías si no tuvieras miedo? ¿por qué no intentarlo, aunque sea un paso, un pequeño e insignificante primer paso?
“Dentro de veinte años estarás más decepcionado por las cosas que no hiciste que por las que sí hiciste. Así que suelta las cuerdas de tus velas. Navega lejos del puerto seguro. Atrapa los vientos favorables en tu velamen. Explora. Sueña. Descubre.”
@borjaruizg +BorjaRuizGallego