Yo suelo moverme por mi ciudad en moto, y tengo controlados todos los semáforos, por qué calles he de ir, cuáles he de evitar, para lograr una sincronización perfecta, esa que me permite llegar en el menor tiempo posible a mi destino. Pero muchas veces, surjen imprevistos: el típico coche de delante que va pisando huevos, el autobús que se te cruza, y te impide el paso, el coche en doble fila que obstaculiza uno de los carriles… y cuando eso sucede, se activa un mecanismo interno y externo digno de análisis.
Hace unos años, ni se me hubiera pasado por la cabeza examinar ese comportamiento tan típico de mí, pero de un tiempo a esta parte, gracias a mi compromiso de profundizar en mi autoconocimiento, suelo parar de cuando en cuando y tomo conciencia de cómo reacciono, cuáles son mis actos y mis impulsos y qué sentido tiene todo ello.
Y precisamente el temita de la moto me ayuda a entender muchas cosas de mí, y tiene mucho jugo, porque toca determinadas teclas que están como muy ancladas e impregnadas en el tipo de sociedad y de vida que llevamos:
En primer lugar, me habla de mi necesidad de controlar, de abarcar, y de que todo lo que sucede a mi alrededor, sea como yo quiero, como a mí me gusta, conforme a mi ideal (coger todos los semáforos en verde y llegar a la ofi en 6 minutos y 37 segundos, sin que nada ni nadie se interponga en mi camino)… Y cuando algo rompe esa idea subjetiva de perfección, me “salta la cabra”, (como dice mi buena amiga Ascen), y emerje la frustración, y hasta el victimismo, en forma de queja y cabreo contra el mundo mundial, y frases del tipo “quéputadaquesehayapuestoenrojo”, “serácabróneltipejoesteldelcochequeyamehafastidiadolasincronicidad” afloran desde dentro de mí con una naturalidad pasmosa, que hasta me causa estupor.
Dandole otra vueltecilla, también me di cuenta de mi imperiosa necesidad de llegar a la meta de manera instantánea, caiga quien caiga, por lo que el trayecto pasaba a convertirse en algo puramente accesorio, vacío de contenido y por consiguiente, sin nigún tipo de importancia. Un espacio y un tiempo donde los pensamientos de lo que tenía que hacer, de lo que iba a suceder, del futuro inmediato, o de lo que me acababa de pasar acaparaban todo el protagonismo, en una especie de secuestro mental, y me impedían poner la atención en lo que estaba sucediendo durante ese momento. De hecho, muchas veces ni recordaba lo que había ocurrido durante el trayecto, y no tenía ni la más remota idea de cómo había llegado hasta la meta. Es como si se hubiese activado una especie de piloto automático, que suplantaba a Borja, hasta el punto de tomar las decisiones por él…
Yo creo que ese automatismo del que hablo está muy arraigado en las personas y en la cultura de la sociedad en la que yo me muevo. Tremenda paradoja esta, la de vivir en la denominada era de las conexiones y que no seamos capaces de conectar muchas veces con nosotros mismos, ni con el entorno físico y social por el que transitamos… Lennon dijo que la vida es lo que sucede mientras estás ocupado haciendo planes. Cuánta razón tenía!
Hace ya más de dos años y a través de un curso de 8 semanas, descubrí el Mindfulness, una forma de meditación que se basa en poner atención a lo que pasa instante a instante dentro de ti (mental, corporal y emocionalmente), y que ayuda a convertirte en una especie de observador compasivo de tí mismo, tomando conciencia de cómo operan tus pensamientos, y la influencia que tienen en tu experiencia subjetiva. Aunque lo practico de forma intermitente (he de ser sincero), me ha ayudado a encontrar en mi día a día, momentos en los que conecto conmigo, y con lo que sucede a mi alrededor, y muchas veces, cuando voy en moto y se pone el semáforo en rojo, miro a mi alrededor, y observo el cielo, la luz de la ciudad, siento la brisa, y descubro mi respiración y las sensaciones físicas que me provoca inspirar el aire fresco… Y por qué no, aprovecho la coyuntura para hacer mi pequeño ejercicio de meditación (mi kit kat particular), en medio de todo ese movimiento.
Para terminar, me encantaría compartir una breve, pero interesantísima charla de TED, en la que se explica de una manera muy sencilla lo que es la meditación, desmitificando un poco esa idea de la necesidad de incienso, música zen, y demás parafernalias para poder ser un reputado «practicante». Son 9 minutos que creo que merecen la pena.