La configuración natural por defecto

El otro día preparando una reunión en casa con un grupo de amigos, me acordé de un texto de una persona que conocí el verano pasado, y que despertó en mí tal curiosidad que me llevó a indagar un poco más.

Pues bien, recuerdo ese “momento indagación” perfectamente (y ya han pasado más de 9 meses, qué curioso…). Estaba tumbado en la cama, era final de agosto, y un pensamiento vino a mi cabeza en forma de imagen de esta persona, y sin dudarlo me metí en internet con el móvil para saber más de ella. A medida que iba buceando en las capas de información que emergían como si de burbujas bulliciosas de agua a punto de hervir se trataran, mis ojos se iban abriendo cada vez más, y mi deseo de querer más se incrementaba. En pleno éxtasis, apareció un artículo que devoré con pasión, en el que mencionaba, así como quien oye llover un libro con un título tan poco sugerente como el de este artículo. El título en cuestión “Esto es agua”, y el autor David Foster Wallace. Y ahí quedó la cosa, aparentemente.

Y digo aparentemente porque este texto, debió de provocarme algún tipo de cortocircuito emocional dejando una huella, a modo de surco, en mi loca cabecita, porque si no, no puedo explicarme cómo 9 meses después de leer este texto, y preparando con mi mujer una reunión con amigos en casa, viniera a mi memoria el artículo y el libro en cuestión, con un desparpajo tan brutal como el del niño de 4 años que canta a sus padres babeantes una canción que ha aprendido en el cole.

  Lo reconozco… soy incongruente!

Así pues, decidí comprar el susodicho libro y me lo leí en un periquete, no porque sea un lector aventajado, sino porque es muy breve, ya que se trata de la transcripción de un discurso que da el autor en una ceremonia de graduación universitaria.

¿Sabes de qué te hablo cuándo estás leyendo un texto y parece que ese texto tiene ojos, boca y te habla? Sí, no me he vuelto loco (de momento). Es como si alguien hubiera metido una cámara oculta dentro de ti, te hiciera un escaneo emocional, y capturara las frecuencias en las que las palabras tienen que ser escritas y combinadas para interpelarte, y provocarte de tal forma que llega a lo más profundo de ti, a tu experiencia más elemental.

El título del libro viene de una pequeña historia con la que comienza:

“Están dos peces nadando uno junto al otro cuando se topan con un pez más viejo nadando en sentido contrario, quien los saluda y dice, “Buen día muchachos ¿Cómo está el agua?” Los dos peces siguen nadando hasta que después de un tiempo uno se da la vuelta hacia el otro y pregunta “¿Qué demonios es el agua?”

Con ello, quiere afirmar que las realidades más obvias e importantes son con frecuencia las más difíciles de ver y sobre las que es más difícil hablar, y a la vez son las que configuran las trincheras del día a día de la existencia adulta, los lugares comunes y acciones rutinarias de las que se compone nuestro “ser adulto”.

  El mundo de los «haceres» humanos

Esto puede tener una importancia de vida o muerte, puesto que es en esas rutinas, en el aburrimiento y en las pequeñas (y no tan pequeñas) frustraciones donde nos jugamos la vida, porque es ahí donde surge la tarea de elegir, de ejercer nuestra libertad, y obviamente, hay maneras muy diferentes de mirar todo ello y por tanto de actuar.

El problema, insiste el autor, es que nuestra configuración natural por defecto, nos hace ser invisibles al agua, y necesitamos ser rescatados de este patrón automático para poder mantener la verdad por delante de la conciencia diaria.

Y yo añado, que creo que ese rescate no nos lo podemos dar nosotros, necesitamos ser educados para romper ese automatismo asfixiante para poder ser más libres, un tipo de libertad que implique atención, conciencia, disciplina y esfuerzo. Una libertad que me ayude a pensar y elegir a qué presto atención y cómo construyo el sentido a través de la experiencia.

Ahí es nada… Y todo ello camuflado en un “inocente” discurso de graduación universitario.

Quizás esto sea una paranoia mental mía, quizás no. Pero gracias a ese salir de mi configuración natural por defecto, a través de mi relación con los demás, de apostar por una educación (sí, sí, he escrito bien), que me ayude en esa huida del egocentrismo implacable que tengo tan parásitamente pegado dentro de mí, gracias a ello, digo, tengo la certeza de haber descubierto muchas pistas que me ayudan en esta maravillosa aventura de aprender a vivir sin que se me escape la vida viviendo.

  ¿Cómo te mantienes a flote?

A veces hace falta despertar, para poder mirar la realidad con ojos nuevos…

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